Dos mil diez menos 28 dan: 1982. Ese fue el año en el que fundaron la taquería Las Arandas. Situado a un costado del Reloj Monumental de Pachuca, es la primera parada cuando se quiere probar comida de verdad en la capital hidalguense.
Y uno de inmediato piensa: “¿Tacos? ¿En México? ¡Donde sea!”; sin embargo, quien aprecie el picante, la sazón, el condimento, la ración correcta de grasa y, por supuesto, carne de calidad, sabrá que ni todos los tacos son iguales ni en todas las taquerías saben igual. Y eso es justamente lo que hace distinto a Las Arandas. Bueno todo, como debe de ser; sin magia, tal cual nos gusta comer en el barrio.
Uno puede pasar de largo, subir las escaleras y sentarse a comer en el primer piso que alberga este tradicional hogar de propios y extraños. Pero a la hora de comer, la atmósfera es un elemento imprescindible. Así que es mejor quedarse en la planta baja, en la pequeña mesa naranja, junto a las antiguas cajas de refresco Sangría señorial en botella de vidrio, mientras al ojo caen las imágenes de la bola de pastor asándose lenta en el fuego, a la vera de la calle y al centro de la barra, el grandioso comal extendido donde igual conviven cada uno de los ingredientes, pululando sus jugos y su aroma bajo el vaivén de la espátula y el machete. No hay propaganda mejor.
Se puede tomar a cualquier incauto que va caminando por la calle por el motivo cualquiera, y de pronto lo asalta un olor delicioso. El humo taquero, tibio y salino inunda el gusto como huracán. La boca se hace saliva. Se debe encontrar de donde proviene aquello. Debe probarlo. Necesita dejarse llevar por ese hechizo que interrumpe la vida.
Al pasar, como desde hace 28 años, se descubre que sólo se sirven tres tipos de carne en Las Arandas: pastor, suadero y longaniza. Sin duda, lo mejor de la res para comida callejera. Los tres deliciosos. Pero hay algo distinto. Un picor, algo saladito. Una sensación que parte de su temperatura hasta su cocción precisa. Al morder cada trozo, la boca paladea un instante sabores, excelente atención, cercanía popular, raíces de la infancia, el cauce de los mineros que vuelven de la tierra al hogar, y el sabor del corazón de Pachuca.
Solo resta comer, saciarse, desear Salud y regresar cuanto antes.
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